Es larga la historia que rodea al singular lugar en el que nos vamos a casar. No queremos aburriros con un trabajo bibliográfico que bien podéis sacar de internet, pero nos gustaría daros unas pinceladas de lo que hace tan especial esta capilla y contaros alguna leyenda alrededor de los protagonistas de la misma, aunque los más sevillanos seguro que la conocen…
Dos singularidades
Como sabéis, la Catedral de Sevilla es de estilo gótico (la más grande del mundo de hecho, olé) pero precisamente la Capilla Real ya no lo es, sino que es de estilo renacentista. La segunda particularidad es su ubicación, puesto que se encuentra situada en la cabecera (ábside) de la Catedral, cuando lo normal es que en la misma se sitúe el Altar Mayor. ¿Y por qué ambas cosas? Básicamente, porque el ábside era propiedad de la Casa Real por lo cual lo quisieron destinar a su Capilla, pero no iniciaron su construcción hasta 100 años después al inicio del resto de la Catedral y eso conllevó la evolución del gótico al renacimiento.
Capilla Real Catedral de Sevilla
Detalles destacados
Os recibirá, justo antes de pasar a la capilla, una imponente reja del siglo XVIII coronada por la imagen de San Fernando a caballo representando la toma de la ciudad, pues recibe las llaves de mano de Axafat, el último cadí moro de Sevilla (Isbilya). Es la recepción a una capilla cargada de historia, y donde se encuentran enterrados reyes de Castilla protagonistas de la reconquista.
Reja de la Capilla Real desde dentro. Catedral de Sevilla.
Así, nada más entrar a la izquierda se sitúa el sepulcro de Alfonso X el Sabio y, enfrentado a este, el de Beatriz de Suabia, esposa de Fernando III, el Santo. Y es precisamente este último, patrón de Sevilla, el que ocupa un lugar privilegiado en el altar y a los pies de la Virgen de los Reyes, patrona de la ciudad.
Y es que San Fernando ocupa un puesto fundamental en la historia de la ciudad, al ser el rey que reconquistó la misma, en 1247, encontrándola despoblada y quien promovería la repoblación y las obras que iniciarían un crecimiento que más tarde asombraría al mundo. Por ello, su cuerpo incorrupto se encuentra en una urna de plata, considerada una de las grandes joyas del barroco. Como curiosidad, la urna se abre 4 veces al año, pudiendo los sevillanos ver los restos de su patrón.
Urna abierta de Fernando III el Santo
Y presidiendo el altar, se encuentra nuestra patrona la Virgen de los Reyes, que se encuentra en la ciudad desde la reconquista por San Fernando y que goza de una gran devoción. El vínculo entre el rey y esta imagen mariana era muy importante, y eso hizo que brotaran numerosas leyendas.
La Virgen de los Reyes y San Fernando
La leyenda que envuelve a esta imagen de amable sonrisa tiene lugar cuando Fernando III se hallaba sitiando a la ciudad en 1248. Recogen las fuentes de la época que una enorme sequía amenazaba al ganado y las cosechas. Como consecuencia, el rey, dando muestras de su exaltada fe, decidió imponerse sacrificios de ayuno y cilicios implorando la intercesión de la Virgen para remediar el mal.
El rey abandonó el campamento ubicado en Tablada, a las afueras de Sevilla y se retiró en soledad durante tres días para hacer penitencia. Fue así como se le apareció la Virgen con su Hijo en brazos, prometiéndole terminar con la sequía en algunas versiones y en otras, asegurándole la conquista de Isbilya. Tras la aparición, el rey quiso que se ejecutase una imagen en la que se reflejase con la mayor fidelidad los rasgos de la Virgen aparecida. Por ello, convocó a notables escultores que intentaron labrar la imagen varias veces, sin conseguir ninguna de ellas agradar del todo al monarca.
Todas estas imágenes que el rey iba rechazando conformarían el llamado “círculo de imágenes fernandinas”, las cuales poseen características morfológicas muy similares. Se trata de la Virgen de las Aguas (título que podría corresponder con el milagroso remedio de la sequía o en alusión a una frase del monarca de que se quedaba “entre dos aguas”, respecto al parecido de esta figura con el original aparecido) y que se encuentra en la iglesia del Salvador, junto con otras dos que comparten la advocación de Virgen de los Reyes, veneradas en los templos sevillanos del convento de San Clemente y en la iglesia de San Ildefonso.
Continuando con la leyenda, tras los varios intentos por crear con exactitud la imagen de la Virgen que se había aparecido al rey, cuando este empezaba ya a perder la esperanza, aparecieron por el campamento dos (o tres, según la fuente) peregrinos que decían proceder de Alemania, diciendo que eran maestros escultores y se ofrecieron para realizar la talla de la Virgen con la única condición de poder trabajar en total aislamiento. Así fue, y el rey les proporcionó todo el material y las herramientas necesarias y se retiraron a una torre.
Tras pasar unos días sin tener noticia de los artistas, al acudir al lugar para ver si necesitaban algo y se encontraban bien, se encontraron con que no había nadie, excepto una bella imagen de la Virgen María a la que Fernando III identificó rápidamente como la que había visto en sueños.
Sin rastro de los escultores y con la Virgen que el rey buscaba reproducida al milímetro con sorprendente exactitud, aquello fue considerado un milagro y aquellos hombres identificados, como no podía ser de otra manera, con ángeles del Cielo enviados para construir la que desde ese momento sería la gran devoción del monarca Fernando III, y por ello ordenó ser enterrado a sus pies como se encuentra hoy día.